Apostado en una roca, cerca de lo que hoy
es el pueblo de Le Placard, una criatura observaba, no el ciervo ni el torrente
canoro, sino el cielo.
Una versión Cromagnonesca, peluda y
vestida con pieles de reno, esperaba pacientemente que la Luna saliera en el valle.
Durante varias noches, este astrónomo y
cronógrafo de la Edad
de Piedra, había estado viendo salir y ponerse la pálida esfera celeste.
Se dio cuenta de que se movía en una
serie de fases previsibles y de que podía contar las noches entre los momentos
en que estaba llena, semi-llena y completamente oscura.
Calcular acontecimientos como el número
de lunas llenas que había entre la primera brisa del Invierno y la llegada de
la Primavera.
Prediciendo cuando volvería a estar llena
la Luna o cuando
desaparecería.
Posiblemente fue el hombre de Le Placard
el primero que utilizó la Luna
como tosco reloj.
Pero aquella noche particular, nuestro
Cromagnón no se limitó a mirar al cielo para calcular las fases del satélite
terrestre.
Tras bajar la cabeza, grabó con cuidado
una muesca en un hueso de águila, añadiendo una serie de muescas a lo largo del
hueso.
Las muescas eran líneas rectas con
pequeñas diagonales grabadas cerca de la base.
El hombre añadió una muesca aquella noche
a los distintos grupos de símbolos parecidos que seguían pautas regulares, sin
duda, correspondientes a las fases de la Luna.
Los grupos contenían siete muescas cada
uno, lo cual es una aproximación al paso de la Luna nueva al cuarto creciente,
a la Luna llena, al cuarto menguante y otra vez a la Luna Nueva.
El hombre tiró o perdió este hueso de
águila que los arqueólogos encontraron 13000 años después en una excavación
¿Fue este el primer calendario?